Revista a de Divulgación
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Nada fue real


Teodora León Castañeda


El maestro dijo que nos entregaría las calificaciones vía internet. Es sábado, bajé al escritorio público de la esquina a revisar mi correo. No había nada de él. Un mail nuevo. Mariana me escribía para cancelarme. No iríamos a bailar esa noche.
Regresé a casa decepcionada de que mi maestro no me haya escrito, necesito saber la calificación de matemáticas. Mentira, lo que me duele es no saber de él.  Me gusta checar mi correo sólo para descubrir que tengo uno de él. Tanto tiempo amándolo en silencio pensé, curioso, siempre le he mostrado indiferencia.
Llegué a casa, tomé el libro de Claudia Furiati, La historia me absolverá, sobre Fidel Castro. Continué mi lectura abandonada minutos antes de ir al ciber. Precisamente estaba yo recorriendo México junto a Castro y el luchador Kid Vanegas, con quien después de conversar un par de horas, sentía que podía confiar en él.  Fidel sin duda ha sido un hombre muy interesante, si lo hubiera conocido personalmente y un poco más joven, sin duda me hubiese enamorado de él, faltaba ver que le interesara yo a él, pensé con una dulce tristeza.
Mi celular empezó a entonar Santa Lucía, la pantalla mostraba un número desconocido.

- ¿Diga?

- Hola Isabel, soy José Allende, tu maestro de matemáticas – dice una voz al otro lado. ¡Era él!

- Profe, ¡Qué milagro! ¿Cómo esta? – dije tartamudeando de emoción.

- Mira disculpa que te moleste, lo que pasa es que tengo un problema, ¿Podemos hablar? Por favor.

No sé por qué le dije que viniera aquí. Ya son las dos de la tarde, mi pretexto fue que estoy preparando de comer. “Lo invito venga a mi casa”. Quizá me vi muy atrevida ¿Y si le aviso que ya no venga? No, ya es tarde, además dónde podré avisarle. ¡Qué estupidez!
Me miraba al espejo, no quería que se me escurriera el maquillaje que casualmente no usaba pero que en ese momento sentía que me faltaba, mientas me decía: ¡Qué tonta eres! Él no viene a ligarte. Me puse unos jeans y camiseta, informal para que no piense que me interesa, sin embargo me veía hermosa, claro para mí siempre lo soy.
Minutos después, tock, tock, suspiré y abrí. Él estaba ahí sonriéndome. Camisa blanca con rayas negras, pantalón café y zapatos negros, su atuendo resaltaba sus ojos color miel, el pelo ondulado, perfectamente rasurado; a sus treinta y tantos era simplemente perfecto para mí.

- ¡Hola profe! Adelante por favor.

- Isa gracias por recibirme – dijo dándome un abrazo.

Me contó que venía del puerto, no quiso ser el primero en bajar ya que es cuando todos quieren ser los primeros así que decidió esperar sin embargo al bajar y buscar su equipaje grande fue su enojo al percatarse que todos se marchaban con maletas en mano y la de él no estaba, se acercó al guardia para informar lo ocurrido pero ya era tarde, le prometieron buscarla. En la maleta iba lo más importante, recalcó: mis llaves.

- Fui al departamento pero la casera no está, salió fuera por unos días así que no pude entrar, luego pensé en ti – dijo sonriendo.

Conoce mi número de teléfono de memoria puesto que en diversas ocasiones le he llamado para asesorías particulares. O simplemente para saludarlo.
El tiempo se ha ido como agua, hemos charlado tanto, de él, de mí, parecía que faltaba mucho por conocernos aún y que ese era el último día de vida que nos quedaba. La tarde estaba por agonizar.

- Tengo pases para el cine, acompáñeme – le dije.

- Vamos con gusto,  aunque no sé si quieras pensarlo ya que no estoy muy presentable que digamos.

- Pues ya qué, ni modo – dije sonriendo.

Tomé mi bolso, una chamarra y las llaves. Salimos. ¡Qué tarde más espectacular estaba viviendo!
Se proyectaba Voces inocentes de Luis Mandoki, lloré como una Magdalena con la situación que vivieron los salvadoreños en los 80’s. Excelente película.
El día siguiente estaba por nacer. Él y yo íbamos tomados del brazo, quería que el tiempo se detuviera, que estuviéramos así quizá no para toda la vida pero si una buena temporada. Las calles perfectamente iluminadas me acompañaban en ese romance tantas veces anhelado.  
Vivía yo con mi hermano en la capital, que ese día ¡Bendita casualidad! No tenía clases y se había ido al pueblo a visitar a mis padres. En su cuarto desocupado se instaló José.
Era casi la una de la mañana cuando nos despedimos. No sin antes decirme cuanto me agradecía el hospedaje. Me limite a sonreírle. Su presencia me perturbaba. Mi corazón latía a prisa y mi cuerpo lo deseaba. No podía dormir sólo de pensar que estaba tan cerca, salí a la cocina por un vaso con leche aunque en realidad no necesitaba eso, lo realmente idóneo sería un baño de agua fría. Llegó él sonriéndome, dijo que tampoco podía dormir “hoy me pasaron tantas cosas” dijo. No sé cómo sucedió, de pronto me vi sorprendida en sus brazos, abrazándolo y besándolo.
La tomó del brazo y la condujo al asiento, la empezó a besar suave, mordisqueando su cuello, sus orejas, chupando sus senos, succionando cada miel contenida en esos pezones apetecibles, deseados  sin aceptarlo ni mucho menos decirlo,  por él. Ella se detuvo, tomó su cara, miró sus ojos le acarició la cara, le beso suavemente su frente, sus ojos, sus mejillas, su nariz, culminando en su boca. Le arranco el camisón que en ese momento estorbaba enormemente. El también se desnudó.
Ya sin ropa, la abrazó fuerte y comenzó a acariciarla nuevamente, llegaron al cuarto, ella quería que él se olvidara de todo, que le hiciera el amor como si fuese el último suspiro, el aire que no tenía y las noches que no vivía.
Sentir su miembro erecto moviéndose dentro la hizo estremecer y gritar: “Soy tuya, siempre lo he sido”. Verle el rostro mostrando un placer contenido para después  quedarse inmovible sobre ella con un gemido.
Durmieron abrazados, ella llena de júbilo y de placer. Al despertar lo buscó a su lado, no estaba. Pensó como dice la canción: llamará, sino es ahora mañana lo hará. Sonrió.
La víspera del lunes estaba pendiente del celular. No llamó. No había noticias de él. Cuando fue a preguntar por él a la dirección le informaron que el maestro había pedido permiso para ausentarse unos días por problemas de salud.
Se presentó a clases días después. Dos horas de tortura, él no la miraba. Al salir la llamó, fueron a la cafetería.  Ella estaba tan emocionada, él se notaba serio, eso la preocupó sin embargo se tranquilizó pensando en que de alguna forma ella era especial para él.

- Eres una gran chica, me caes bien, me gustas pero tengo otros planes por el respeto que te tengo te lo digo.

Tomó la sangría que había pedido, un trago amargo que le raspó  la garganta, no podía creer lo que le estaba diciendo.

- Olvida lo que pasó entre nosotros, perdóname pero nada fue real, disfrutamos el momento y ya – dijo sin miramientos.

No supo qué contestar, su amplio vocabulario se redujo ¿Nada fue real? ¿Qué pasó? Sentía que todo le dolía, que el aire le faltaba.
No me importa si soy una gran chica, no importa que me respete. No me importaba nada, sólo me interesaba que me dijera que me amaba. “Demonios, dilo” repetía yo en mis adentros mientras lo miraba. Diablos y centellas, no lo dijo. Se puso de pie y se marchó, mis lágrimas comenzaron a rodar.