|     INDICE 159 |  | Presidencialismo latinoamericano; dos ejemplos Ernesto Salgado Cortés Estudios de doctorado en el Instituto Internacional de  Estudios Políticos y Avanzados, UAG Presidencialismo, parlamentarismo y democracia en América  Latina. El ejecutivo, Estado y Gobierno: El presidente, jefe de estado y de  gobierno, son aspectos del análisis político de los regímenes del continente  americano, se hace abstracción del caso USA, por ser el de régimen  presidencialista clásico. El parlamentarismo clásico el europeo, y los  semipresidenciales o semi parlamentarios, o regímenes mixtos, también en Europa  del sur.Los aspectos anteriores son características a considerar  en el análisis del tipo de gobierno que se ha construido históricamente en  nuestro continente Latinoamericano, antes queremos definir algunos aspectos  conceptuales para ejemplificar los tipos de gobierno que se han construido a lo  largo de la historia de las instituciones políticas y la funcionalidad del  poder gubernamental: los de forma clásica, lo han sido el monárquico (tradición  autoritaria), la cosa pública, está en manos de un personaje específico y sus  funcionarios, que se convierten en su   gabinete, su equipo de trabajo, que se entiende como el poder ejecutivo,  que es al mismo tiempo la noción clásica de gobernment, al poder ejecutivo que en el caso de la república liberal democrática  corresponde a la figura del presidente, el jefe de Estado, jefe del poder  ejecutivo; para diferenciarlo de otras esferas del poder tales como el  parlamento y el poder encargado de la administración e impartición de la Justicia: los jueces. El  parlamentarismo es otra de las formas clásicas, producto de un proceso de  diferenciación y autonomización del gobierno con respecto al soberano (monarca  o presidente). El proceso de democratización del parlamento, se da cuando este  consiguió determinar la orientación política del gobierno.
 Entendemos como gobierno, una combinación de  instituciones constituidos por: el monarca/presidente-ministros-consejo de  gobierno, la burocracia administrativa.
 El gobierno constitucional está sometido a leyes, los  poderes fácticos, aunque funcionen autónomamente, son una parte menor del poder  gubernamental, son extraconstitucionales, que al fin de cuentas se someten al  poder establecido de manera constitucional. De esa manera el jefe de gobierno  tiene facultades como emitir leyes, los presupuestos, reglamentos, que sin  embargo son sometidos a otro poder como es el parlamento que las sanciona,  estableciéndose un binomio de funcionalidad: legislación-ejecusión, es decir la  política gubernamental se diseña en el ejecutivo o en el parlamento, pero es  sancionado por el cuerpo legislativo y realizado, ejecutado por el poder  ejecutivo, el presidente, primer ministro y el cuerpo del gabinete que compone  el equipo de gobierno formado. El parlamentarismo, el gobierno presidencialista  y el semipresidencialista, que son las tres formas de gobierno más difundidas  en los regímenes democráticos consolidados; todos dentro del marco de la  constitucionalidad. El gobierno parlamentario, forma adquirida dentro de los  regímenes liberal-democráticos –monárquicos o republicanos-, el parlamentarismo  fue adoptado como forma de gobierno predominante, a pesar de la contradicción  entre dos legitimidades: la legitimidad liberal-democrática, esgrimida por el  parlamento y por otra, la legitimidad de signo tradicional, propia de la  corona; el “principio electivo” frente al “principio monárquico”. Se establece  históricamente (el caso español), una relación diferenciada entre la corona (el  rey) que es jefe de estado, pero que no tiene funciones de gobierno, el  gabinete ministerial presidido por un primer ministro, el rey, de acuerdo a la  conformación de las fuerzas políticas en el parlamento, designa a los ministros  del gabinete o consejo ministerial, adquiriendo relativa autonomía del soberano  y está en condiciones de rendir al parlamento, así, el rey –jefe de estado-  solo reyna, pero no gobierna: Es así que en un gobierno de tipo parlamentario,  el gobierno necesita para subsistir que no se forme en la cámara la mayoría  constitucionalmente exigida para que tenga éxito un voto o moción de  censura,  para que el jefe del ejecutivo  o primer ministro dimita o convoque a elecciones anticipadas (principio de  revocabilidad en todo momento del soberano.
 El presidencialismo,  forma de gobierno predominante en América. En USA se establece como forma de  gobierno a partir de la   Constitución de 1787, de Filadelfia, auspiciada por Hamilton  y Madison (Lleixa 1996: 401) Una república donde su presidente era elegible por  sufragio popular –para un periodo fijo de cuatro años- con posibilidades de una  sola reelección. El gobierno presidencialista surgido de esa Carta Magna, logra  que la presidencia concentre en sus manos la jefatura del Estado y la jefatura  del gobierno, y este no puede ser cesado por el congreso, y al mismo tiempo, el  presidente no puede disolver al congreso, evitando una posible polarización de  intereses entre ambos poderes. Estos son directamente legitimados por el  electorado  (elecciones libres). El de  USA es el único caso de presidencialismo puro (Crespo aduce que si es clásico,  pero de perfil autoritario, 2009). Se toma este modelo para tratar de explicar  y contrastar otros presidencialismos existentes en países de América Latina, en  particular los del siglo XX.
 El gobierno semipresidencial o semiparlamentario, son  formas híbridas de gobierno, es el caso del acuñado en Francia en el periodo de  entreguerras (República de Weimar) 1919-1933, y actualmente lo es la república  francesa a partir de 1958 (periodo de De Gaulle), siendo Austria, Finlandia,  Islandia y Portugal que se ubican en esa categoría. Esta forma es derivada de  la monarquía parlamentaria democrática, la dialéctica establecida entre la  legitimidad de origen liberal-demócrata y la legitimidad tradicional entre el  parlamento y la corona. El semipresidencialismo republicano  del siglo XX, las dos legitimidades tienen un  origen democrático, tanto el presidente como el parlamento han sido elegidos  directa y democráticamente por la ciudadanía en su conjunto, el gobierno es un  órgano colegiado y dirigido por el presidente del gobierno, en un ejercicio de  doble confianza. El jefe de gobierno forma su gabinete, mismo que es sancionado  por el parlamento, lo ratifica o deniega su formación y puede reestructurarlo o  esperar una nueva propuesta de consenso entre las fuerzas que constituyan el  nuevo gobierno (acto de formar gobierno plural y representativo en un gobierno  de coalición mayoritaria).
 En el caso de los regímenes en América Latina de siglo  XXI, existe la opinión de académicos y analistas políticos de que –el  presidencialismo- es una forma de gobierno fallida e inoperante para poder dar  estabilidad institucional al poder del estado, el presidente, el parlamento y  los partidos políticos no logran consolidarse como instituciones funcionales,  estables y duraderas, las más de las veces, cuando menos en los regímenes  postdictatoriales, la inestabilidad política ha sido el tono de los “gobiernos  democráticos” emanados del autoritarismo de los años 70 y 80’s.
 “El presidencialismo en América ha sido una forma de  gobierno fracasado” (USA, México, etc.)  Crespo  2009, Katz 2007.
 Estudios realizados por analistas e instituciones  académicas recientemente, han dado a conocer algunos aspectos y clasificaciones  sobre el tipo de gobierno (el presidencialismo) actual en los países  latinoamericanos hoy día. (Katz 1986, 2007; Crespo 2007, 2009; Ulloa 2002)
 Primero hay que ubicar otro concepto,  el de los poderes fácticos que se  articulan, juegan, confrontan y se complementan con el poder político público.  Para lo cual se utilizan los argumentos dados en base a la postura del filosofo  Luis Villoro, expuestos en una ponencia al respecto  (Ulloa 2002).
 Los poderes fácticos juegan un papel  importante en la conducción de la política   gubernamental de un país determinado: los sindicatos, clubes,  organizaciones empresariales, movimientos sociales, etcétera, juegan un papel  de contrapeso al poder público, generan escenarios de negociación y muchas  veces determinan de alguna manera la aplicación de política pública alguna.  Llegan incluso a generar el ascenso al poder de determinado personaje o fuerza  en la conducción del gobierno de manera legítima, vía elecciones, como lo hizo  el sindicato Solidaridad en Polonia, o el movimiento de los cocaleros en  Bolivia (2007), con Evo Morales al frente del movimiento  primero y posteriormente del gobierno  boliviano.
 Los partidos políticos emergentes y  movimientos sociales locales juegan un papel importante en el análisis de los  fenómenos políticos actuales en América Latina, al respecto Ulloa cita a Claus  Offte. En Partidos políticos y nuevos movimientos sociales, el autor nos dice:
 “En los años setenta  ha sido corriente que los politólogos y los expertos en sociología política  constaten la fusión de las esferas política y no política de la vida social al  analizar el cambio de estructuras y la dinámica en la política de Europa  Occidental. Se está cuestionando la utilidad analítica constante de la  dicotomía convencional entre el "Estado" y la "sociedad  civil". Se observan procesos de fusión entre ambas esferas, no sólo a  nivel de manifestaciones globales sociopolíticas, sino también al nivel [...]  [de] algún interés sistemático.” Ulloa (2002), al respecto nos dice: “La  fuerza del poder público se debe a ciertos poderes, como los económicos, los  religiosos, los de las corporaciones sindicales, etc, que forman parte de la  esfera fáctica. De esta forma podemos decir, que el poder público no es un  poder completamente independiente del poder fáctico, más bien entre ambos se  presentan relaciones dialécticas, contextuales e históricas.”Esto es  importante para considerar las posibilidades de construir o avanzar en los  procesos democratizadores de nuestro continente, en la medida de que estos  factores de la esfera fáctica jueguen un papel en sentido negativo o positivo  para retardar y obstaculizar por un lado la democracia o para favorecerla por  el otro.
 Sentidos del Presidencialismo en dos  países: Chile y Costa Rica La propuesta diferente al Neoliberalismo  en el sentido del pensamiento político de Villoro, es: El modelo igualitario (Ulloa 2002), “El  modelo igualitario es un modelo político, que pide al Estado su intervención en  la sociedad, para corregir las desigualdades existentes, usa el poder político  para atacar las desigualdades: se  verifica una contundente gravitación del Poder Ejecutivo. Esta preeminencia  expresa la tradición presidencialista en una región con escaso peso del  parlamento, reducida incidencia de los controles judiciales y amplios poderes  de los jefes de estado.  Una  situación excepcional como la que estamos viviendo en la presente depresión  mundial, donde se observa la intervención del Estado, en particular en de USA,  que interviene financieramente para controlar la crisis, y el resto de Estados  europeos que también entraron en depresión, de igual manera los  latinoamericanos para poder enfrentar los efectos mundiales de la crisis: caída  de las importaciones por el incremento del precio-dólar, medidas como bajar la  tasa de interés bancario, inyectar dólares ante la sobredemanda, que sin  embargo no resuelven de fondo la situación de excepción.”Las normas de excepción  para intervenir que dicta el modelo “1) compensar las desigualdades generadas por  la libre competencia en el mercado; 2) restringir las libertades individuales  de quienes no contribuyen a la mayor libertad de todos; 3) favorecer con acciones  de ‘discriminación positiva’ a los menos favorecidos; 4) terminar con toda  forma de intolerancia y 5) fomentar la cooperación, más allá de la simple  tolerancia, entre todos los miembros de la asociación.”  Siendo esta una propuesta de tipo filosófico-política,  por tanto, de tipo ideal.
 Mientras, por otra parte Katz (2007) hace  una clasificación político-ideológica sobre regímenes presidencialistas en A.  Latina. En los tres tipos de gobierno (Conservadores, Centroizquierdistas y  Nacionalistas), el primer mandatario y  sus preeminencias  son tan habituales,  como la ausencia de contrapesos al poder central. Este modelo contrasta con  el sistema parlamentario europeo.
 En  el ranking de países con mayores atribuciones presidenciales se ubican
 Argentina, Brasil, Ecuador y Colombia. Pero en los últimos años las facultades  del ejecutivo se reforzaron en toda la zona junto a la sanción de normas para  prolongar los mandatos. Argentina vive en estado de emergencia permanente  desde1989,Lulareforzó las atribuciones legadas por su antecesor y Uribe obtuvo entre  2001 y 2004 un cúmulo inédito de superpoderes. También Chávez, Morales y Correa  reclaman actualmente estas facultades. Se observa que, en  lugar de disminuir facultades al mandatario, el presidente concentra cada vez  más poder, alejándose de la posibilidad de un régimen presidencial democrático  (semipresidencialista) con contrapeso en el parlamento, donde quizás se  encuentre un rejuego de posibilidades políticas de construir un equilibrio en  términos de políticas públicas y facultades meta y constitucionales, para  tratar de hacer más equitativo el proceso democrático y el de la igualdad  necesaria. También es cierto que existen poderes  fácticos que presionan en sentido negativo estos procesos o intenciones  democratizadoras, alimentando las tendencias autoritarias (expresiones de la  ultra derecha que añoran los tiempos dictatoriales e intolerantes, en particular  contra los movimientos sociales emergentes, que reclaman libertades y justicia  y/o resistencias ante las políticas gubernamentales).
 Históricamente  esta gravitación del presidencialismo obedeció a la virulencia de
 las crisis regionales. Estas turbulencias han sido tan repetidas y  devastadoras, que impusieron la instauración de formas muy personalistas de  conducción del estado. La misma tendencia se observa en muchos países  centrales. Churchill, De Gaulle o Bush nunca fueron muy respetuosos de las  formalidades institucionales. Pero su autoritarismo siempre estuvo sujeto a  mayores controles, ya que las clases dominantes del centro cuentan con  mecanismos más sólidos que sus pares de la periferia para supervisar esas  gestiones.
 El  caso extremo del autoritarismo lo es el de Bush junior que con el pretexto de  los ataques del 11 de septiembre, decide invadir países de Medio Oriente como  Afganistan e Irak, aduciendo buscar armas de exterminio masivo, que ponían al  mundo en riesgo de guerra global. Lo cierto es que no hubo tal y evidencia su  ambición por los recursos petroleros del área y el control de la heroína que se  comercia con Europa. Ser el policía del  mundo los hundió en la crisis actual. Obama reconoce que han perdido el  liderazgo mundial, si es que lo tuvieron antes.
 La  envergadura de la crisis (del presidencialismo como modelo autoritario  viable), también convirtió a Latinoamérica  en un terreno fértil para el cesarismo y el bonapartismo, en la medida que los  jefes del estado son
 convocados para dirimir grandes conflictos. El presidencialismo regional no es  solo un resultado de la ambición desmedida. Expresa la fragilidad imperante en  todos los rincones del capitalismo periférico.
 Durante las  crisis de las últimas dos décadas la discrecionalidad presidencial
 permitió garantizar la continuidad de la acumulación. Los privilegios de las  clases dominantes fueron regulados desde la trastienda del poder, a través del  gobierno por decreto. En los momentos más críticos, las grandes decisiones del  Ejecutivo se adoptaron a puertas cerradas bajo la excluyente supervisión del establishment.
 La debilidad  de los sistemas políticos post-dictatoriales fue contrarrestada con un patrón  de verticalismo militar heredado de las tiranías.
 Pero el  sentido concreto de cada modalidad de presidencialismo depende del
 carácter conservador, centroizquierdista  o nacionalista del gobierno. Estas tres orientaciones (político-ideológicas) definen el contenido político de la  supremacía que ejerce cada jefe de estado. Aunque la crítica de los medios de  comunicación recae habitualmente sobre los nacionalistas, el presidencialismo  es una práctica muy común entre los conservadores, que pocas veces respetan los  tiempos del Parlamento o las formas de la Justicia.
 También los  líderes de centroizquierda imponen sin miramientos su voluntad y
 frecuentemente desconocen las decisiones de los propios partidos que los  llevaron al poder.
 En lugar de  observar al presidencialismo como una perversión de caudillos
 latinoamericanos conviene diferenciar los objetivos perseguidos por cada  mandatario. Si se presta atención a estos propósitos, salta a la vista que  Uribe, Lula y Chávez acaparan facultades ejecutivas con finalidades muy  opuestas.
 No tiene  ningún sentido colocar en un mismo casillero de discrecionalidad
 presidencial al terrorismo de estado derechista, al socio-liberalismo de la
 centroizquierda y al antiimperialismo del nacionalismo. La afinidad formal de
 comportamientos no debe ocultar la divergencia de metas que separa a estos
 mandatarios”(Katz,2007).
 
 Presidencialismo  Chileno: Régimen de Centro-izquierda
 La presidenta Bachelet navega a dos aguas. Por un lado  evita confrontar con el movimiento social y exhibe una retórica progresista, pero  por otra parte mantiene una orientación económica neoliberal, reafirma los  tratados comerciales con Estados Unidos y seleccionó un gabinete de ministros  del establishment. La actual  mandataria ha acumulado facultades y se ha enfrentado con relativa tolerancia a  las fuerzas (poderes fácticos) provenientes del régimen de Pinochet, estas  tienen relativa presencia en la sociedad chilena gracias a las políticas  sociales implementadas por el dictador que le dieron consenso a su régimen  autoritario, cosa que no sucedió con el caso Argentino, donde el proceso de  recuperación democrático institucional tuvo que pasar por el castigo a los  represores, el movimiento de las madres de  mayo exigieron y lograron  el  enjuiciamiento de los militares responsables de la represión, cuestión que no  sucedió en el caso de Chile. Este es un logro de la movilización popular, el retroceso  del autoritarismo y de la represión como método de control de las fuerzas  populares demandantes de democracia y equidad económica, libertades y  desarrollo social.
 Ante esta situación Katz (2007) dice:
 “En casi todos los  países los movimientos sociales soportan presiones e intimidaciones y cuentan  con un margen acotado para actuar. Pero el contexto del hostigamiento burgués  ha cambiado significativamente. Los opresores deben convivir con libertades  públicas muy superiores al viejo estándar latinoamericano de persecución brutal  a los luchadores. Estos avances constituyen una preocupación cotidiana de las  elites derechistas, que añoran la vigencia de modelos más autoritarios.
 En cambio en la mayoría de los gobiernos de centroizquierda (dentro de los  cuales el autor incluye al chileno), las estructuras represivas han quedado  colocadas en un segundo plano. Este repliegue difiere en función de la erosión  sufrida por cada pacto de transición.
 Económicamente,  los regímenes de centro-izquierda, mantienen un modelo económico  neo-desarrollista, que en si no es incompatible con el modelo neoliberal  impulsado por USA.
 El curso neo-desarrollista es en cambio más notorio en  los gobiernos de
 centroizquierda, aunque sin gran uniformidad. Kirchner favorece el viraje, Lula  vacila y Bachelet o Tabaré por ahora no lo comparten. (Katz 2007)
 Los regímenes constitucionales de la postdictadura,  características de países latinoamericanos, adquieren cualidades diferentes de  acuerdo a la situación histórica concreta que terminó con la caída de las  dictaduras del Cono Sur.
 El análisis de Katz sobre los regímenes presidencialistas  constitucionales, de acuerdo a su clasificación de regímenes actuales, nos  lleva a la siguiente afirmación: el régimen institucional y el  para-institucional.
 “La principal característica actual de todos los  regímenes latinoamericanos es el constitucionalismo  pos-dictatorial. Pero en el marco común de esa modalidad prevalecen dos  grandes variantes de mayor o menor sustento en el formalismo institucional.  Esta diferencia separa a las opciones asentadas en sólidos (y pocos) partidos  de las vertientes sostenidas en estructuras clientelares. Mientras que en el  primer caso gravita el enjambre de filtros y mediaciones que regula la  estructura constitucional, en la segunda alternativa prevalecen las normas  delegativas, plebiscitarias y personalistas. El poder ejecutivo es un pilar de  ambos regímenes, pero el estilo de gestión menos visible del modelo  institucional contrasta con las formas más expuestas del esquema para-institucional.
 La vigencia de uno u otro régimen deriva de tradiciones  nacionales específicas.
 En ciertos países se afianzaron mecanismos más institucionales (Uruguay, Chile,  Costa Rica) y en otros se reforzó el molde informal (Venezuela, Brasil,  Argentina). Este resultado ha dependido también del contexto de la transición.  Algunas dictaduras se desplomaron por acontecimientos externos (Guerra de  Malvinas en Argentina) y otras por crisis interiores (Uruguay), en procesos  supervisados desde arriba (Brasil, Chile) o precipitados desde abajo (Bolivia).  Además, el grado de vulnerabilidad de cada pacto condicionó el esquema formal o  informal que ha dominado en cada país.
 Pero en los últimos veinte años se han verificado también  pasajes de uno a otro modelo por el simple fracaso del esquema opuesto. De cada  colapso institucional emergieron canales para-institucionales, que a su vez se  diluyeron con la recomposición del estado. De la impotencia del parlamento y  los partidos tradicionales emergieron arbitrajes autoritarios, que luego fueron  reemplazados por renovaciones institucionalistas.”
 Otra es la situación de algunos países de Centro América,  donde el rejuego del régimen presidencial es diferente de acuerdo a sus  circunstancias histórico-políticas.
 Caso Costa  Rica: República presidencialista institucional El tema  de si mantener el actual sistema presidencialista, adoptar  el parlamentarista, o mantener el presidencialista adaptándole algunas  características del parlamentarista, ha sido discutido desde hace varios años  en Costa Rica.  Los regímenes híbridos semipresidenciales, se han  planteado ante el fracaso del presidencialismo autoritario, dándose grandes  debates en los partidos políticos y el parlamento, afín de incluir reformas  constitucionales para matizar los excesos del régimen presidencial, haciendo  jugar un papel más participativo y de contrapeso al poder del parlamento, como  regulador de las facultades excedidas del “señor presidente”, acotando su  poder, buscando un régimen con peso equilibrado entre el ejecutivo y el  parlamento, cuidando la confrontación de intereses entre ambos poderes  constitucionales..Prueba de ello, es que en el seno legislativo de Costa Rica se han   presentado varios proyectos con el objetivo de hacer cambios en este sentido,  en temas  tales como:
 
                 Voto de censura con consecuencias políticas para los ministros.        Introducción de la figura del primer ministro.        La ratificación de nombramientos en el Poder Ejecutivo por parte de                la Asamblea Legislativa.        El escrutinio público por parte del Poder Legislativo de los candidatos a  puestos del Ejecutivo. (CEDIL 2007)  Costa Rica tiene un  sistema presidencialista (acotado o mixto) al que se le han incorporado algunos  matices del sistema parlamentarista, buscando con ello, mediante la atenuación  del primero, un verdadero equilibrio entre los poderes del Estado. A pesar de  esta singularidad, el sistema aún sigue manteniendo algunos defectos  importantes tales como “…el presidencialismo costarricense se caracteriza no  sólo por los muy amplios poderes del presidente sobre una rama ejecutiva  hipertrofiada debido al estatismo, sino también por la injerencia del  presidente en los más variados aspectos del proceso político…” (Fourier 1995). Estos problemas del presidencialismo, son los que han motivado en el  seno legislativo,  un replanteamiento del sistema de gobierno, al  punto, de que la  administración de Rodríguez  Echeverría, presentó un  Proyecto de Ley que pretendía un cambio radical,  proponiendo la adopción de un régimen semipresidencialista.
 Es importante tomar en consideración, que la adopción por parte de un  Estado de una forma de gobierno específica, ha sido por lo general el producto  de un largo proceso histórico, que provoca un apego de esta en la cultura  jurídica del país, por lo que hay que tener sumo cuidado cuando se pretenden  hacer  cambios importantes en este aspecto.
 “…la implantación de uno u otro sistema depende de experiencias tan  diferentes como la evolución histórica de Europa y la organización inicial de  nuevas naciones en el continente americano.” (Dengo 1995)
 Sobre los esquemas clásicos referidos arriba, se toman como referentes  el Parlamentarismo europeo y el presidencialismo norteamericano.
 “No se encuentra en la Europa de aquella época una  institución similar con la cual comparar el sistema presidencial  norteamericano, que en realidad es un producto ideológico del fecundo siglo  VXII en el que la influencia de Montesquieu y Locke es profunda. De la monarquía  inglesa los estadounidenses conocían perfectamente -por sufrimiento propio-la  personalidad patológica del Rey Jorge III, y al diseñar el Poder Ejecutivo  amarraron las facultades de jerarca máximo, tratando de evitar que el concepto  monárquico inglés se introdujera en la vida política de la nación apenas  independizada” (Guier 1995)
 En este sentido, don Fernando Guier Esquivel (CEDIL 1995) deja entrever  además, en sus importantes notas a la revista parlamentaria de la república de  Costa Rica, que la adopción del sistema estadounidense (presidencialista) en  esta zona, era una necesidad o familiaridad imperante en los habitantes de la  época, de contar siempre con la figura de un líder máximo como el    cacique, conquistador, gobernador, encomendero, liberador etc. Ello   fortaleció probablemente, la adopción de la figura del presidente en los países  del área.
 Los criterios en cuanto al cambio o no de la forma de gobierno son  variados. Algunos conocedores del tema, han coincidido en la posibilidad de hacer  reformas institucionales que permitan una moderación del sistema  presidencialista, sin que ello implique, adoptar un sistema diferente (llámese  parlamentarista o semiparlamentarista), opinión que podría respaldarse con el  desarrollo histórico y la tradición cultural que se ha impregnado a través de  los años en la idiosincrasia patria. Don Rubén Henández Valle,  constitucionalista y politólogo del país,   argumenta al respecto:
 “…si el pluripartidismo está causando estragos en nuestro país con un  régimen presidencialista en el que no son posibles los votos de censura y, por  tanto la caída anticipada del Gobierno, hay que imaginarse lo que ocurrirá en  un régimen semipresidencialista, en el que la Asamblea podría hacer  dimitir al gobierno de turno mediante un voto de censura…”
 Aún más, para otros autores, los cambios en los problemas de  gobernabilidad no están en la forma de gobierno que se adopte, sino en una  serie de cambios estructurales, legales, prácticos y políticos de otra  índole.
 Otros estudiosos del tema consideran,  que sí existe la necesidad  de que se dé un cambio en este aspecto, bajo la justificación de que la  situación político - electoral en el país ha provocado que en los últimos años,  el gobierno no haya contado con la mayoría necesaria en el parlamento para la  toma de decisiones, lo que quieren lograr es una oposición muy férrea  que  impida que se voten medidas importantes. Esto sería un indicador, de que si el  gobierno no logra la mayoría en el parlamento, no puede ejercer de la mejor  forma las funciones ejecutivas.
 Realizar un cambio en la forma de gobierno, como  pasar a un  sistema semipresidencialista, permitiría en este orden de ideas, según los  conocedores, una aprobación más ágil de los proyectos de ley,  un mayor  representatividad, un mayor control político del Ejecutivo, una mayor discusión  pública sobre los asuntos de interés nacional y se fomenta además, una mayor  gobernabilidad al promover una mejor integración de la acción del Ejecutivo con  el Legislativo.
 A manera de conclusión diremos que al parecer es esta la disyuntiva de  los diseñadores de instituciones para pasar de un régimen presidencialista  –autoritario o no- a un semipresidencialista o semiparlamentario en Costa Rica y  otros países, que permita un mayor equilibrio de poderes, una presidencia  acotada en facultades constitucionales y fácticas, y un rejuego de poderes que  permita mayor gobernabilidad y quizás mayor democracia en el área.
 La solidez institucional depende de la fortaleza de la sociedad, de La  maduración de sus ciudadanos, de partidos y de parlamentarios más actuantes y  responsables de la gobernabilidad democrática.
 Hasta ahora la situación de Chile y Costa Rica dependen de los avances  democráticos en el área latinoamericana, de los juegos de intereses de los actores  políticos, la construcción de una cultura más democrática, independientemente  de las posturas ideológicas de los actuantes en el escenario político actual,  lo cierto que la pérdida de la supremacía imperial de USA y con el viraje de la  actual administración norteamericana, se avizoran esperanzas y posibilidades de  la ampliación democrática y el cambio de régimen de manera pactada,  institucional.
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